El portero del gran hotel Atlantic de Berlín está orgulloso de su trabajo, que lleva desempeñando ya muchos años, siendo en su barrio una persona respetada y admirada. Pero una lluviosa tarde, al bajar un enorme baúl del techo de un coche, el portero se tambalea y tiene que sentarse a descansar, gesto que es observado por un superior. Cuando al día siguiente vuelve a su trabajo, encuentra su puesto ocupado por otra persona y él es asignado a desempeñar un humilde servicio como encargado en los lavabos. Destrozado, intenta ocultar lo ocurrido a todo el mundo. Para ello roba el uniforme, con el que acude a la boda de su hija y por la mañana lo deposita en una consigna. Todo queda al descubierto cuando su casera le visita en el hotel. La noticia se divulga rápidamente por su vecindario y, a su vuelta a casa, el portero es recibido entre risotadas de todos. Avergonzado, regresa al hotel y devuelve el uniforme. Allí, la compasión del vigilante, le permitirá quedarse a dormir en los lavabos. EPÍLOGO: Un titular del periódico informa que un estrafalario multimillonario mexicano fallecido en los lavabos del hotel Atlantic dispuso en su testamento heredero universal a aquella persona en cuyos brazos muriese. El protero es el nuevo millonario y, como distinguido cliente del hotel, invita a comer al antiguo vigilante. Generoso con todos, especialmente con el nuevo encargado de los lavabos, es reverenciado a su salida por el joven portero.