Existen mil y una historias cotidianas que se cuentan cada día y por todo el mundo. Son pequeñas, a veces feas, y a veces estremecedoras. Y a veces son capaces de romper por un instante la armonía de las apariencias y asomarnos por un instante al infierno. Una de estas historias cotidianas es la que nos cuenta L'arche du desert (El arca del desierto). Más allá del tiempo y el espacio, esta leyenda no empieza con "Erase una vez" sino con "Es...". En el mar de arena que llamamos desierto flota un arca llamada oasis. En ese lugar una insignificante hsitoria de amor entre Amin y Myriam rompe el antiquísimo orden establecido por las diferentes razas que allí conviven. Su amor desafía las convenciones tradicionales y pone al descubierto las fronteras invisibles que existen entre los grupos étnicos. Para estas fronteras no existen palabras. Las que sí pueden verse se llaman racismo. Sin embargo existe un elemento para el cual las diferencias sociales y raciales no juegan el más mínimo papel: el agua. El agua iguala a todo el mundo, y esta igualdad intolerable impulsa a los habitantes del desierto a destruir lo que es la esencia de sus vidas. Al contrario que en el mito del arca de Noé, el arca del desierto es un lugar de autodestrucción para aquellos que van buscando refugio. Los hombres causan el desastre que trataban de evitar. Hace tiempo que olvidaron la compasión y la tolerancia de las antiguas leyendas.